Hay que asumirlo y dejar de pensar que el tiempo pasado fue mejor.
Teníamos una novia que sin ser muy inteligente ni muy guapa nos venía muy bien: paseábamos por el parque charlando cordialmente, nos abrazábamos mientras veíamos la chorrada de turno en la tele, sus amigos nos caían bien, sus padres nos tenían estima y el sexo estaba bien. Y su pelo, menudo pelazo que tenía. Lo bien que olía.
Pero algo pasaba, no éramos felices: de repente las conversaciones por el parque se tornaron aburridas, se nos dormía el brazo de abrazar en el sofá y nos íbamos a la cama de mal humor, sus amigos empezaron a malmeter, los suegros criticaban nuestra manera de hacer la paella a la vez que raclamaban nietos y, por supuesto, se echaba de menos mucha más pasión en la cama.
Nuestros demonios internos hicieron su oscuro trabajo y empezamos a coquetear con la idea de aspirar a más... y nos salió mal, que es lo que te puede pasar en la vida cuando te arriesgas a cambiar algo que sientes que no funciona. Así que la dejamos tirada a su suerte, porque la nueva chica que nos presentaron parecía más guapa y más inteligente, con un sentido del humor único. Y su pelo, dónde va a parar, eso sí que era un pelazo en condiciones.
Al final todo era fachada. Nos encandiló con su falso encanto y ahora estamos solos y hundidos, recordando con una amarga sonrisa nuestro brazo dormido bajo el cuello de aquella primera chica que, sin saberlo, nos hacía un poquito felices.
Teníamos una novia que sin ser muy inteligente ni muy guapa nos venía muy bien: paseábamos por el parque charlando cordialmente, nos abrazábamos mientras veíamos la chorrada de turno en la tele, sus amigos nos caían bien, sus padres nos tenían estima y el sexo estaba bien. Y su pelo, menudo pelazo que tenía. Lo bien que olía.
Pero algo pasaba, no éramos felices: de repente las conversaciones por el parque se tornaron aburridas, se nos dormía el brazo de abrazar en el sofá y nos íbamos a la cama de mal humor, sus amigos empezaron a malmeter, los suegros criticaban nuestra manera de hacer la paella a la vez que raclamaban nietos y, por supuesto, se echaba de menos mucha más pasión en la cama.
Nuestros demonios internos hicieron su oscuro trabajo y empezamos a coquetear con la idea de aspirar a más... y nos salió mal, que es lo que te puede pasar en la vida cuando te arriesgas a cambiar algo que sientes que no funciona. Así que la dejamos tirada a su suerte, porque la nueva chica que nos presentaron parecía más guapa y más inteligente, con un sentido del humor único. Y su pelo, dónde va a parar, eso sí que era un pelazo en condiciones.
Al final todo era fachada. Nos encandiló con su falso encanto y ahora estamos solos y hundidos, recordando con una amarga sonrisa nuestro brazo dormido bajo el cuello de aquella primera chica que, sin saberlo, nos hacía un poquito felices.